Lo que es bueno para el pavo, es bueno para la pava

Tenía un acuerdo con un empleador que decía que si me quedaba con ellos hasta cierta fecha, pagarían la matrícula de mi escuela. Sin embargo, si me fuera voluntariamente antes de la fecha, tendría que devolverles todo el dinero. La compañía matriz de mi división cambió después de que se firmó el acuerdo y llegó el momento de obtener ese dinero que me debían.

El jefe de recursos humanos se negó a pagar. Me acerqué a él y le pregunté por qué no recibía el cheque que habíamos acordado. Afirmó que el acuerdo era con la empresa matriz anterior y, por lo tanto, ya no era válido. Tenía una expresión de satisfacción en su rostro, pero luego notó que tenía una gran sonrisa en mi rostro. Me di cuenta de que él no podía entender el porqué. Le pregunté nuevamente si se negaban a pagar y él dijo que sí.

Luego dije que ya no tenía nada que me vinculase al lugar, pues el contrato decía que “si dejo la compañía voluntariamente, tengo que devolver el dinero”. Estuvo de acuerdo y preguntó cuál era mi punto. Luego dije que si la compañía matriz cambiaba, entonces dejaba dicha compañía, pero no lo dejaba voluntariamente. Por lo tanto, no debía dinero si dejaba esta compañía, ya que no era la compañía con la que firmé el acuerdo.

La expresión de su rostro cambió. Continué con: “Si yo, hipotéticamente, pusiera mi aviso de dos semanas ahora, podría irme sin adeudar dinero”. No me llevó mucho tiempo más la explicación. Se dio cuenta de que al afirmar que el acuerdo ya no era válido para sus propios fines, me había dado una salida a mi contrato. Entonces aceptó pagarme el dinero.

Alerta de spoiler: fue despedido solo unas semanas después por varias razones. Fue uno de los peores directores de recursos humanos que he visto.

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